La ciudad soñada

DISTRITO NACIONAL, República Dominicana.- Caminar por los centros urbanos es realmente fascinante a partir de los detalles que se descubren en su narrativa arquitectónica, monumental, gastronómica, sus vías, las estampas ambulantes que la misma gente construye desde los quehaceres cotidianos. Es como sumergirse en su intrahistoria.

Las ciudades tienen un ritmo, una cadencia, una musicalidad en todos sus elementos que se interconectan para formar un solo cuerpo, armónico algunas veces, caótico otras, pero siempre ofreciendo una interesante lectura acerca del ser humano.

Los conglomerados urbanos son puntos de partida para entender a la gente, saber cómo piensa, determinar su valoración gregaria de compartir espacio con los otros, su grado de conciencia cívica, la formación académica y, más que todo, la influencia del núcleo familiar en el que crece.

He visitado muchas ciudades en el mundo y  cada una me ha deparado una impresión distinta. Algunas me han parecido una partitura que la gente toca sin desafinar, cada quien en su instrumento, generando una cadena de responsabilidades que concluyen en una perfecta orquestación.

Esas me dan una sensación de seguridad, invitan a caminar incansablemente, hacen sentir que el peatón es rey y que la locomoción en el desplazamiento no es riesgo mayor. Están concebidas bajo el enfoque de servicio a la gente, para que los habitantes y visitantes se sientan acogidos, protegidos.

Otras me han parecido, desde la primera pisada en sus calles, un pandemonio, un peligro latente, con la muerte acechando en cada esquina, la trampa o el agujero imprevisto, la acera rota, la basura a borbotones, el desorden en el tráfico, los espacios peatonales arrebatados, el ruido contaminante, las señales de tránsito decorativas que nadie respeta y la falta de iluminación que estimula la ratería, la criminalidad.

Buena parte de ese caos viene de una génesis no planificada,  edificando soluciones citadinas sin pensar qué pasará décadas después,  haciendo un uso de suelo sujeto a caprichos, para satisfacer las apetencias de la clientela política y de las relaciones primarias.

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