Una conciencia para la vida/Autora: Ruth Castillo

SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Al pensar en cosas de la vida, es increíble como la vida nos sorprende. Pensar en que hoy estamos en una posición, pero mañana es muy probable que sea parte del pasado. Observar a los demás en igualdad de condiciones es un don que no todos sabemos cultivar; no todo en la vida es eterno, todo es volátil. Hoy es, mañana ya no es más.

Ruth Castillo, periodista y articulista.
Ruth Castillo, periodista y articulista.

¿A qué me refiero cuando hablo de esto? Sencillo, a un conjunto de personas que porque hoy tiene una posición, ya sea económica, laboral o socialmente mejor que la tuya, cree que se tiene el derecho a humillar y ver a los demás con inferioridad. He podido presenciar a miles de personas que han logrado escalar posiciones admirables en la vida, de grandeza y riquezas, pero también he visto a otros descender a lo más bajo en un abrir y cerrar de ojos.

Es impresionante como llegas a establecer lazos con personas cuando tienen o han tenido alguna necesidad, pero al llegar el momento en que esa persona logra escalar un mejor status social, ya no te conoce más. Te cruzan por el lado y no te saludan, no te ven ¡simplemente, eres invisible! Y pensar que la vida puede dar un giro inesperado, que hoy a la persona quien no ves, a quien ignoras y menosprecias, mañana sería tu superior o más sencillo aún, a quien deberás recurrir por algún motivo.

Cuando era niña mi padre siempre me hablaba del respeto, la humildad, la dedicación y la voluntad de ayudar a los demás. Que no importando la posición o status que uno se encuentre en la vida, siempre hay que mantener la humildad y la dispersión de querer a ayudar a quienes más  lo necesitan. Me pregunto, ¿para qué quiero dinero, fama o riqueza si no voy a ayudar a quien lo necesite? ¿De qué sirve la vida si se va a vivir indiferente a todo lo que sucede a tu alrededor? Siempre le he pedido a Dios, si ha de darme riqueza, que me obligue a hacerme cambiar mi esencia de vida, si he de cambiar la persona que soy y perder mi identidad, no quiero nada. Porque ¿de qué ha de servirme la vida así? De nada.

Solo le pido a Dios que los años que me restan por vivir pueda disfrutarlos ayudando a quienes lo necesitan, sintiendo las necesidades de los demás, con la misma cualidad humana que me inculcaron mis padres. A no perder mi esencia de la vida y, sobre todo, a amar al prójimo como a mí misma, como lo estableció el Todopoderoso.

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