Los ciclos políticos de América Latina

DISTRITO NACIONAL, República Dominicana.-  Desde el 2013, hace exactamente cinco años, América Latina ha estado oscilando como un péndulo en los ciclos políticos electorales. Las más destacadas figuras del escenario político regional, durante la primera década del siglo XXI, se han desvanecido.

Primero, fue el fallecimiento del presidente venezolano Hugo Chávez. Luego, la destitución de la presidenta Dilma Roussef en Brasil; el fin del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, así como la acusación y apresamiento del ex presidente e histórico líder sindical, Luiz Inácio (Lula) da Silva.

Igualmente, ha sido parte de ese proceso la persecución judicial en contra del ex presidente ecuatoriano, Rafael Correa; la derrota electoral de la coalición Nueva Mayoría, en Chile, y la culminación del mandato de Michelle Bachelet; y la situación de inestabilidad política en la Nicaragua de Daniel Ortega.

¿Cómo han podido suceder estos acontecimientos en el breve plazo de tan solo cinco años? ¿Qué fuerzas o factores han intervenido para que así haya sido?

Aunque son diversos los factores que siempre influyen en los procesos políticos, no cabe duda que hay un elemento central que sirve de hilo conductor para comprender lo que ha estado ocurriendo en la región, principalmente en América del Sur; y ese factor es el de la conclusión del periodo especial de alto precio de los productos básicos o commodities en los mercados internacionales.

Durante una década, desde el 2003 hasta el 2013, América Latina vivió lo que algunos analistas han dado en llamar como “la década de oro”. Eso consistió en que, efectivamente, impulsado por el alto crecimiento de la economía de la República Popular China, la demanda de productos como el petróleo, gas natural, hierro, cobre y hasta alimentos, se disparó.

Desde luego, al ocurrir este aumento de la demanda china de productos exportados, entre otros por países como Brasil, Argentina, Chile, Venezuela y Bolivia, los precios fueron incrementándose hasta alcanzar niveles nunca antes conocidos en la historia económica de la región.

Como resultado de los altos ingresos recibidos por los gobiernos de esos países latinoamericanos, se aplicaron, por medio de medidas asumidas directamente por los Estados, políticas sociales que contribuyeron a una drástica reducción de los niveles de pobreza; y por consiguiente, de una notable expansión de la clase media.

A eso se añadió la fuerte inversión en obras de infraestructuras, tales como acueductos, plantas eléctricas, puentes, carreteras, hospitales, escuelas, viviendas y modernos sistemas de transporte público, que contribuyeron a crear un renovado desarrollo urbano en las principales ciudades de la región.

Los inocultables niveles de progreso, prosperidad, bienestar y transformación de los países donde esos cambios lograban materializarse, contribuyeron al otorgamiento de un gran nivel de apoyo popular a las gestiones de gobierno prevalecientes, lo que ocasionó que, en la generalidad de los casos, resultasen reelectos.

Sin embargo, durante los últimos cinco años, todo eso se ha desplomado. La crisis financiera global del 2008, que tuvo su origen en los grandes centros financieros del mundo desarrollado, estremeció de tal manera el sistema económico mundial, que ha sido la causa principal de una reconfiguración de la política a escala internacional, de la cual América Latina no ha podido escapar.

Ascenso progresista

Paradójicamente, así como una crisis económica, de alcance global, ha sido la razón fundamental por la cual varios gobiernos progresistas de la región se han visto obligados a abandonar la escena política, su ascenso al poder se vio determinado también por una crisis que terminó por afectar a sus antecesores conservadores.

La década de los 80 es considerada en América Latina como la época de la transición de regímenes autoritarios a la democracia. Pero también, en sentido económico, es el periodo de la década perdida, debido a la crisis de la deuda regional, que se inició con la cesación de pagos por parte de México, y que luego se extendió a otros países del continente.

Para resolver esa crisis de la deuda, el Fondo Monetario Internacional intervino con la aplicación de programas de ajuste estructural. El Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, para mitigar el impacto de la situación, adoptó, a su vez, la aplicación de políticas financieras como las de emisión de los llamados bonos Brady.

En adición, para introducir un nuevo modelo de desarrollo económico, contrario al de corte estatista de industrialización para sustitución de importaciones que había predominado durante cerca de tres décadas, se procedió al diseño y ejecución del denominado Consenso de Washington.

Esto consistió en un conjunto de medidas orientadas a lograr la preeminencia del mercado en el conjunto de la economía; la disciplina fiscal; la eliminación de barreras arancelarias y no arancelarias en el comercio internacional; la liberalización de las tasas de interés; la promoción de la inversión extranjera directa; la privatización de empresas estatales; y la desregulación financiera.

Es a ese conjunto de medidas que en términos políticos se ha dado en conocer como neoliberalismo. En base a su ejecución se tenía como meta alcanzar mayores niveles de estabilización de la economía; más control en la ejecución presupuestaria; más altas tasas de crecimiento económico; mejor inserción en los mercados internacionales; y mayores niveles de competitividad. En la práctica, sin embargo, sus resultados fueron mediocres. Si durante la década de los 80, en plena crisis de la deuda, las economías de América Latina crecieron, en promedio, un 2% anual; en los años 90, que son los de la aplicación de las políticas neoliberales, solo crecieron un 3% anual, esto es, tan solo un punto adicional.

Pero, además, el Consenso de Washington no tomó en consideración, al momento de su puesta en práctica, elementos de la política social. Eso determinó que durante su periodo de apogeo, la pobreza, en lugar de disminuir, aumentó, al igual que la desigualdad, el desempleo y la concentración de la riqueza.

Con la crisis del peso mexicano, en la década de los 90; del real en Brasil; del rublo en Rusia; y el desplome de las economías asiáticas, las economías de América Latina entraron, durante un lustro, desde el 1998 al 2003, en una grave crisis económica y social, que sirvió de base, a partir del ascenso al poder de Hugo Chávez, en 1999, al surgimiento de gobiernos progresistas, nacionalistas y de corte estatista-desarrollista.

Un péndulo en oscilación

A Chávez le siguieron en el poder, Lula, en Brasil, en el 2002; Néstor Kirchner, en Argentina, en 2003; Tabaré Vásquez, en Uruguay, en 2004; Evo Morales, en Bolivia, en 2006; Michelle Bachelet, en Chile, en 2006; Rafael Correa, en Ecuador, en 2006; y Daniel Ortega, en Nicaragua, en el 2007.

Durante 15 años, el movimiento progresista reinó en América Latina. Fue una época de bonanza; de profundas transformaciones sociales; de mayor independencia y soberanía; y de una vigorosa y notable presencia internacional.

No obstante, la causa fundamental que determinó esa época de apogeo en la historia reciente de América Latina se debió a un factor externo: el alto nivel de crecimiento de China, el cual llegó a niveles de más de un 12% promedio anual.

Con la crisis financiera global del 2008, la economía mundial empezó a perder su vitalidad y dinamismo. En los Estados Unidos, a pesar de que durante la administración del presidente Barack Obama se aplicaron políticas monetarias expansivas, a los fines de evitar la recesión, la economía solo tuvo una lenta y moderada recuperación.

En Europa, por el contrario, se aplicaron medidas de recorte al gasto público, es decir, políticas de austeridad, que frenaron completamente el crecimiento económico, desataron intensos conflictos sociales y propulsaron el surgimiento de nuevas corrientes políticas de extrema derecha, partidarias del proteccionismo, la xenofobia y el aislamiento internacional.

Fruto de la crisis económica global, se produjo una caída abrupta del comercio internacional. Debido a eso, la economía china se desaceleró hasta la mitad en sus niveles de crecimiento, llegando a reducirse hasta un 6% de expansión anual.

Con la desaceleración del crecimiento de la economía china se suscitó, naturalmente, una disminución de la demanda de productos básicos o commodities provenientes de los países sudamericanos.

Con la caída de esa demanda, se generó una contracción de las economías latinoamericanas, hasta el punto que de haber alcanzado, durante la década de oro, un promedio de crecimiento anual de 5,5%, se produjo un desplome que alcanzó tan solo el 0,5%.

No es de extrañar que como resultado de ese colapso de la economía, a partir del 2014 se iniciaran protestas sociales en Venezuela, Brasil, Argentina, Chile y otros países de la región; y que de esa frustración social se pasara a un castigo en las urnas, reflejándose en forma de caída en fichas de dominó de los gobiernos progresistas que durante 14 años habían prevalecido en el escenario político regional.

De todo lo anterior se desprende que la interdependencia e interconexión globales han generado un fenómeno político hasta ahora desconocido en América Latina: el de cómo los cambios en los ciclos de la economía global inciden, a su vez, en los ciclos políticos electorales de la región.

Ese es un hecho novedoso, sin precedentes, que parece explicar el por qué de los cambios en los ciclos políticos recientes en América Latina.

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